Apuntes sobre las aguas de México al sur

Por: Sebastián Astorga & Josefina Astorga

Fecha de publicación: Diciembre 20, 2023.

Este fotoensayo cuenta con Sebastián Astorga y Josefina Astorga como coautores. Sebastián se encargó de la escritura del texto, mientras que las fotografías fueron tomadas por Josefina—y se reproducen aquí con su autorización. Este fotoensayo hace parte de un libro que está en proceso de construcción.


Mi hijo Rafael aprendió a caminar a orillas de un pequeño brazo del Río Dulce en Guatemala. Había una cuerda para tirarse piqueros. Una niña jugaba con él en una parte baja y tranquila. Una tarde tomé un kayak y vi la puesta de sol desde el centro mismo del río. La gente hacía excursiones al monte selvático o remaba de ida vuelta a Livingstone, en la bahía de Amatique, donde solo se puede acceder por vía acuática. Nosotros perdíamos el tiempo en las hamacas del hotel. 

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Los ríos y la muerte. “Nuestras vidas son los ríos/ que van a dar en la mar/ que es el morir” reza la famosa copla de Jorge Manrique, escrita a fines del siglo XV. El mar como el camino final de las aguas dulces. Como una hoya salada. Una salmuera. Recuerdo ese mar lúgubre al que llegan los protagonistas de La carretera de Cormac McCarthy. Un mar espeso, aceitoso como figuración de la muerte. 

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El mar del puerto de Valparaíso a veces brilla como aceite.

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En 1953, el pintor Carlos Faz murió al caer al agua intentando saltar de la proa del barco al muelle en el puerto de Nueva Orleans. Tenía 22 años. Iba rumbo a Europa. Enrique Lihn le escribió un poema, “Hoy murió Carlos Faz”, que empieza así: “Porque un joven ha muerto/ pido que me demuestren, una vez más, el valor de la vida/ antes de que este cielo de octubre me haga bajar los ojos hacia una tierra en ruinas”.

A veces los ríos, los ríos oscuros, figuran la muerte como un tajo, como una tumba a campo abierto. Así lo expone magistralmente Horacio Quiroga en su relato “A la deriva”, en la selva de Misiones: 

El Paraná corre allí en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien metros, encajonan fúnebremente el río. Desde las orillas bordeadas de negros bloques de basalto, asciende el bosque, negro también. Adelante, a los costados, detrás, la eterna muralla lúgubre, en cuyo fondo el río arremolinado se precipita en incesantes borbollones de agua fangosa. El paisaje es agresivo, y reina en él un silencio de muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombría y calma cobra una majestad única.

Una serpiente ha mordido al hombre, y este desciende el río en busca de ayuda. Comienza a ensoñar y alucinar en un estado de trance casi extático, a tener dulces recuerdos y pensamientos ociosos como últimos signos de vida. La catábasis tiene la estructura de un sueño, dice G. Bachelard, y en el sueño se diluyen las fronteras, se producen metamorfosis, lo humano pierde su categoría. Como lo pensó Quiroga: los ex-hombres del alto Paraná.

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“Sigo remontado río arriba en un barco que en la proa lleva el nombre de tu nombre, río Paraná”. Canta Rosario Bléfari en el disco Excursiones.

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El colombiano Eustasio Rivera, en La vorágine, también usa la imagen de la tumba y la muerte para figurar el viaje por el río Vichada –río que desemboca en el Orinoco. Arturo Cova y sus camaradas dejan atrás los caballos y los llanos para ir la profundidad de la selva:

La curiara, como un ataúd flotante, siguió aguas abajo, a la hora en que la tarde alarga las sombras. Desde el dorso de la corriente columbrábanse las márgenes paralelas, de sombría vegetación y de plagas hostiles. Aquel río, sin ondulaciones, sin espumas, era mudo, tétricamente mudo como el presagio, y daba la impresión de un camino oscuro que se moviera hacia el vórtice de la nada.  

El muy referido final de la novela es un sello apocalíptico universal y a la vez profundamente americano: “Los devoró la selva”.

Para los españoles, el descubrimiento del Amazonas fue un accidente. Así lo narra Gaspar de Carvajal en La Relación del nuevo descubrimiento del famoso río grande de las Amazonas.

Carvajal fue un misionero dominico español, capellán de la expedición de Gonzalo Pizarro hacia el “País de la canela”, lugar que, según la información dada por los nativos, se ubicaría al oriente de Quito, cruzando la cordillera de los Andes, adentrándose en la selva. Esta Relación fue publicada originalmente en la Historia general y natural de las Indias, de Gonzalo Fernández de Oviedo, en la edición completa que se hizo de esta vasta obra entre 1851 y 1855; y en una edición independiente en Sevilla en 1894. Gonzalo Pizarro, en una impresionante, cruel y trágica campaña con ciento setenta españoles y cerca de tres mil indígenas, miles de animales de carga, cerdos y perros de presa, cruza la cordillera de Los Andes y se enfrenta a una selva inhóspita y desconocida. Luego de semanas de penurias, encontrándose la expedición con el río Coca, afluente del Napo y este del Amazonas, deciden construir un bergantín para avanzar por él. Francisco de Orellana, primo de Pizarro, propone realizar una expedición de tres días en busca de alimentos. Una vez emprendida esta avanzada, las fuerzas de la corriente les impiden regresar. Gaspar de Carvajal va a bordo del bergantín y hace la relación de la travesía, que durará cerca de ocho meses, recorriendo el río grande del Amazonas hasta su salida en el océano Atlántico el 24 de agosto de 1542.

El relato del español es “una narrativa de guerra”, que funda la noción de frontera y otredad para el imaginario de la selva amazónica. “La guerra está al principio, y la guerra está al final de todas las narrativas de la Amazonia”, sentencia Ileana Rodríguez. Guerra contra la naturaleza, el agobio de los mosquitos y del hambre, y contra los nativos, pacíficos y colaboradores muchos de ellos, otros violentos y desconfiados. El propio Carvajal pierde un ojo por una flecha. Ante la desesperante situación de fragilidad, la mirada de Carvajal y su grupo se resguarda en la fe, y en la interpretación voluntariosa de la diferencia desde el bagaje histórico y mítico europeo, como la supuesta visión de las amazonas que dan nombre al río: 

Estas mujeres son muy blancas y altas, y tienen muy largo el cabello y entrenzado y revuelto a la cabeza, y son muy membrudas y andan desnudas en cueros tapadas sus vergüenzas, con sus arcos y flechas en las manos, haciendo tanta guerra como diez indios.

“Había tantos mosquitos en este pueblo que no nos podíamos valer de día ni de noche”. 

Gaspar de Carvajal en el Descubrimiento del río de las Amazonas.

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El colombiano William Ospina retoma la relación de Carvajal para su novela histórica El país de la canela (2008) –parte de su llamada trilogía del Amazonas, con Ursúa (2005) y La serpiente sin ojos (2012)– el narrador de la novela advierte: “Esas tierras están hechas para enloquecer a los hombres y devorar sus expediciones. Sí: nosotros sobrevivimos, pero fue sin duda una excepción”.

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Inferno verde. Scenas e scenários do Amazonas (1908) fue como tituló a su señero libro el brasileño Alberto Rangel (1871-1945).

Cuando se encuentran el torrente del Amazonas con las aguas del Atlántico se produce un oleaje permanente que sirve para surfear. Con mi banda compusimos una canción rockabilly –“Surfin Amazonas”–, con un largo coro repitiendo “pororó, pororó, pororó, pororoca”, el nombre guaraní de estas olas, que significa “gran estruendo”. Olas marrones. Delfines rosados. Trenes comidos por la maraña en el kitsch afiebrado de esta zona. 

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El 24 de diciembre de 1971 un avión que iba de Lima a Pucalpa explotó en el aire alcanzado por un rayo. Juliane Kopcke, con 17 años, fue la única sobreviviente de un centenar de personas. Amarrada en la butaca cayó como una hélice entre las ramas de la selva. W. Herzog filmó el documental Wings of Hope, donde relata cómo sobrevivió Juliane. Para orientarse en la selva siguió el curso de un arroyo que la llevó hasta un río mayor, donde encontró una choza de cazadores que la llevaron finalmente a una aldea y a casa. 


Sebastián Astorga (Santiago, 1980). Es psicólogo, magíster en Estudios en Arte y Literatura y doctor en Literatura. Ha publicado Diario en pena (2009, premio Juegos Florales Gabriela Mistral a poesía inédita), Paraná (2015), Prohibiciones y títulos (en coautoría, 2015) y Cuernavaca (2023), así como una serie de discos de música rock y experimental, entre los que destacan las grabaciones con Puta Marlon, Encontraron su cabeza y el disco de música de campo México, 13 estudios sonoros. Es codirector del sello Lecturas Ediciones.

Josefina Astorga (Santiago, 1984). Es fotógrafa, máster en Gestión Cultural Aplicada. Su enfoque artístico se desarrolla a través de la práctica y el oficio fotográfico, incorporando vocación experimental y la integración de otros oficios como la cerámica y el uso de la voz. Reside y trabaja en el sur de Chile, donde fundó "La pieza oscura", un laboratorio fílmico dedicado al aprendizaje, reflexión y experimentación del soporte fílmico y la imagen fotoquímica. Entre sus exposiciones destacadas se encuentran "Umbra" (2022) en el MAC Quinta Normal, "Naturaleza Expandida" (2021) en el CCPLM, "Refractario" (2018) en la Galería Tajamar y "Fantasmata" (2013) en el MAC Quinta Normal. Además, ha participado en residencias de creación artística, experiencias que buscan profundizar el intercambio cultural, trabajo artístico e investigación, incluyendo La VALLE - Residencia Internacional de Investigación Artística por L’Aquila Reale: Centro d’Arte e Natura (Italia 2023-24). A.I.R Remote (Suecia, 2018), Erial (MAC, Chile, 2016), NEKOE (Valparaíso, Chile, 2015) y Residencia en la Tierra (Quindío, Colombia, 2012).


Para citar: Astorga, Sebastián & Josefina Astorga. “Apuntes sobre las aguas de México al sur.” Signatura, vol. 2, Diciembre 20, 2023, URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/122023-v2-astorga

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