La digestión

Por: Sara Lewis Viveros y Ara Goudsmit Lambertín

Fecha de publicación: Enero 20, 2025

Foto: Plantas que comen metal en las ruinas del imperio de la goma, Cachuela Esperanza, Bolivia, Amazonía


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en la luz mayor 

de este mediodía

donde encontrarás,

con el pan al sol

la mesa tendida

Las simples cosas

Parece que la palabra inerte es una palabra ilusoria, pues, cuando la descomposición es escuchada, nada “inerte” existe. La descomposición es un canto al movimiento, eso que hace que una cosa se convierta en otra. En esa transición, la estrella se vuelve polvo, la semilla árbol, el lenguaje canción, la mirada poesía, la poesía relación. Y es ahí a donde vamos. 

Convocamos a la digestión, que ocurre en oscuridades y silencios internos, como un proceso escencial para la vida que ocurre en simultaneidad: mientras hacemos las cosas que hacemos, estamos digiriendo, transformando en energía lo que tomamos de afuera. Lo que sobra, es devuelto al exterior, con el potencial de ser parte del compostar. Imaginamos el compostaje como un aula para aprender a digerir la existencia. El lenguaje es parte de los residuos que allí entran para hacer abono, además del estiércol de conejo y las cáscaras de mango que van siendo trituradas por gusanos, cuyo excremento es nutrición. 

Foto: Insectos comiendo madera en las ruinas de la industria gomera de Cachuela Esperanza, Bolivia

Si las palabras son un potencial alimento es gracias a la digestión, donde el mundo ingresa a nuestro cuerpo y es absorbido y excretado, o más bien escrito. Las maestras y las intuiciones nos arriman sus hombros y, de este contacto, evacuamos lenguajes. Pero la digestión no es simplemente un simil de la escritura. Es una disposición que puede adaptarse a todo encuentro que desea nutrir, involucrarnos con las relaciones que nos habitan y sustentan: 

Si mi lenguaje digiere es porque miro a mi madre cuidar a su madre, es porque te veo regalarme una pomada de jengibre cuando siento dolor, y es porque escucho a las artesanas hablar horas sobre plantas y semillas, si el lenguaje busca alimentar es porque digiere un tipo particular de experiencia… 

En el mundo de la física es posible distinguir que el pasado ha cedido al futuro solamente por medio del calor. Cuando se transfiere temperatura de un cuerpo a otro hay un cambio, irreversible –y demostrable– que permite asegurar que, en efecto, el tiempo pasa. El fuego puede engullir otro cuerpo y cambiarlo por completo. Durante este proceso, la temperatura se transfiere de un cuerpo a otro y se genera calor, como produce calor nuestro cuerpo mientras se alimenta de otro cuerpo, como producen calor las bacterias al fermentar, como produce calor la materia orgánica al descomponerse. Siempre que hay una distinción entre pasado y futuro, algo se está calentando. 

En esta metamorfosis, el cuerpo se vuelve múltiple y los límites decaen. El intercambio de temperaturas evoca la capacidad de nuestros cuerpos para integrar lo ajeno, nutrirse y excretar, y eso desechado, que ya no habita el cuerpo propio, puede ser convertido en alimento para otros. Esta es la expresión de nuestras dependencias fundamentales y del reconocimiento de nuestra permeabilidad. Y ahí sentimos amor, advirtiendo la urgencia de mezclarnos y compartirnos. La digestión nos sintoniza con el cuidado de nosotras y de lo que nos rodea, habitar la intimidad visceral de lo cotidiano: de la boca al ano hay un universo sagrado. 

Géstame digesto. 

Géstame digesto para que renazca otra vez mañana. 

Parece que hacer que algo funcione es poner ese algo en movimiento. Primero la mano sujeta lo que ha sido desprendido del árbol, un fruto, o lo que ha sido amasado y cocido, un pan. La mano se dirige a la boca que mastica, descompone con las muelas y corroe con saliva. El bocado escurre hasta los ácidos digestores, el estómago los contiene y los mece. Disueltos los fragmentos transitan por un camino que los absorbe y los dispersa para alimentar al sistema. En los intestinos, largos órganos de hasta nueve metros, dicen, existen enzimas y bichos que portan una cualidad divina: la de transformar el alimento en energía para vivir. En algún punto, el proceso se invierte hacia la solidificación, no todo lo que se ha ingerido se puede absorber. Desechamos algo distinto de lo que había entrado. 

Foto: Época en que caen los mangos y la ciudad huele a ellos, Cobija, Bolivia, Amazonía

Imaginamos que el desecho es un regalo, como el aliento que atraviesa la garganta y hace salir palabras revueltas. Nos han regalado tanto a través de lenguas que cantan saberes, esas bocas que comen, toman y hablan. Una voz amiga dijo que la muña, hierba andina, colabora para aliviar los males estomacales, la diarrea, la gastritis, los cólicos y la acidez. La boca-oral enseña al oído-aural cómo crear hogar con seres sin brazos ni piernas.  

Hemos dicho que nutrir siempre es nutrirnos. Con papaya en mano, pensamos que los lugares arruinados son los espacios cuya capacidad de nutrir está debilitada. Geografías que han sido atiborradas de comidas, cual barras de fierro, que no pueden procesarse. ¿Qué no se está moviendo? Territorios arruinados, geografías de acumulación mezquina con sistemas digestivos enfermos, adictos a comer solos. 

La Amazonía arde. Escribimos desde el humo que intoxica pulmones y hace olvidar que en el horizonte hay montañas con nieves derritiéndose. Este sistema digestivo no está nutriendo. Escribir desde el humo es cerrar la boca y buscar los lenguajes que alimentan la vida entre las tinieblas.

Digerir no es otra cosa que redistribuir. Esa desintegración es el lugar del milagro, el lugar oscuro, ¿o será que la luz entra por las fosas nasales, las uñas y los huecos de los oídos al estómago, ese espacio donde sucede el fenómeno misterioso, el centro de cada una de nosotras? Las palmeras se cargan de frutas, de tantas, algunas caen sobre el suelo y se descomponen. Una vez la boca destroza la pulpa naranja de la papaya que no cayó y se recogió, el sistema digestivo la desmenuza, podemos ir al baño y escribir. Digerir es repartir. Eso es la generosidad. 

La poesía exuda digestión, cuando tu mano recolecta la semilla del caucho y puede ver el rastro de una serpiente café, verdosa, con pequeñas islas oscuras sobre la delgada corteza.

El lenguaje es rastrillo que prepara la tierra. Un abuelo y una madre nos han enseñado sobre el deseo de esperar a la muerte en los campos. Que la muerte los pille levantándose a cuidar la tierra que los ha nutrido. Mientras tanto, todavía hay que regar, abonar, podar, hacerle un cerco a la planta para que la gallina no se la coma, recolectar, saludar al arroyo y zambullirte en él. Conversar sobre esta jornada que ha pasado, nutriendo la vida anónimamente, con risas que respondan a un recuerdo que duele. 

La digestión de las violencias sucede en el lenguaje. Las madres, tías, hermanas, amigas se encuentran y hacen un espacio para vomitar su dolor, sus bocas sacando aire y palabra digiriendo los días. Las conversaciones digieren los llantos. Digerir el lamento es excretar las violencias que no pueden quedarse adentro, porque si no: nos pudren.

Foto: Mercado de alimentos, Leticia, Colombia, Amazonía

La digestión es un proceso de encuentro, un proceso de muchos cuerpos, una temperatura que se transfiere y que transforma, es el calor del fuego y de nosotras juntas, es en las lágrimas y las risotadas. Es agua que se filtra por las paredes de un hogar marcado por la violencia, y las deshace, una casa ahora deshabitada, donde los insectos chupan, mastican y la devoran muy lentamente. La casa se descompone, se desarma, se macera para hacer algo nuevo.

El río, la humedad del monte, los bichos y las plantas hacen el trabajo de la digestión, comen las paredes, de a poquito, ponen en movimiento un lugar que fue vehículo del terror. Avispas y termitas llegan y hacen que los muros caigan. La permeabilidad se restablece. Y la caída de esta infraestructura provoca el movimiento de significados, de un ecosistema, de tu palabra y la mía. ¿Qué cuentan las termitas que comen ruinas de paredes imperiales y allí hacen sus nidos? 

Nos demoramos aquí, junto a la termita y la papaya.


Sara Lewis Viveros: Escritora y artista sonora, enfocada en mecanismos de comunicación para la defensa de la vida.

Ara Goudsmit Lambertín: Escritora e investigadora boliviana, feminista, cuyo trabajo está centrado en imaginar cómo la memoria fomenta el cuidado colectivo de las geografías vivas y compartidas.


Para citar: Lewis Viveros, Sara y Goudsmit Lambertín, Ara. “La digestión” Signatura, vol. 4.2, enero 20, 2025 URL: https://www.humanidadesambientales.com/signatura/012025-v4-lewis-goudsmit-digestion

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